El golpe de Estado mediático-callejero que el PSOE, Rubalcaba y los medios de PRISA perpetraron entre el viernes y el sábado de la semana pasada, probablemente pasará a la historia de las democracias occidentales como la mayor infamia política perpetrada desde que cayó el muro de Berlín. Porque desde que cayó el imperio soviético jamás se había presenciado una operación de intoxicación de masas tan acorde con los manuales del KGB y de la Stasi. Desde que cayó el muro jamás se había presenciado una manipulación de la realidad tan descarada ni un oportunismo necrófago tan carente de escrúpulos como el que ha llevado a cabo la casa matriz del PSOE.
Precisamente por eso, por lo infame, descarado y necrófago que ha sido ese golpe de Estado, los estrategas de PRISA-PSOE, necesitan seguir tirando del manual del KGB: para tapar las fechorías propias no hay nada como mantener la iniciativa cubriendo de basura al enemigo. Mientras intenta quitársela de encima, no le quedará tiempo para denunciar esas fechorías y ultrajes de las que ha sido objeto.
El PP, por enésima vez, –como en el episodio del Prestige o en la guerra de Irak– sigue sin aprender la lección: en lugar de reaccionar explicando a los ciudadanos la estafa de la que han sido objeto, pierde de nuevo el tiempo con extemporáneas demostraciones de serenidad que huelen a cobardía y con inoportunas e innecesarias explicaciones que se diluyen en el océano de mentiras que mana del imperio de Polanco. Puede que a los dirigentes del PP no les importe demasiado que los infamen, que los llamen asesinos, que los amenacen con juzgarlos por criminales de guerra o que les acusen de hacer precisamente lo que han hecho los Gabilondos y los Rubalcabas de guardia: de intentar un golpe de Estado. Puede que no les importe recibir insultos del coro castrista-sadamita que impone su totalitaria ley en el mundo de cultura y al que han alimentado y mimado con lisonjas, honores y, sobre todo, muchas subvenciones.
En definitiva, puede que a los dirigentes del PP no les importe que, después de que los insulten, y los infamen, también los apaleen. Pero a la inmensa mayoría de los votantes del PP sí que les importa. Y les gustaría ver en sus líderes un poco más de coraje y de dignidad ante tanta mentira y tanta infamia. Porque si no, puede que empiecen a pensar que al primer partido político de España le está muy bien empleado lo que le ha sucedido. El PSOE ha transformado la vida política española en una cruel e insalubre selva infestada de feroces alimañas. No es el momento, pues, de intentar amansarlas sólo con buenos modales o con caricias en el lomo. Aunque sólo sea por dignidad y por respeto a sus 9,5 millones de votantes que hoy se sienten huérfanos y desamparados, los líderes del PP deben reaccionar. Cuanto antes, mejor. Primero, por aquello de que, quien calla, otorga. Y segundo, porque si al imperio de Polanco le sigue saliendo gratis su catarata de infamias y calumnias, dentro de poco sólo se podrá abrir la boca para cantar las glorias de Zapatero, de Caldera y de Leire Patín.